(Pilar Romero Culma)

Echado
a la sombra de un palo de mango en el cruce para La Cooperativa un caserío del
municipio de Vista Hermosa en el departamento del Meta, Perro ve pasar motos,
camionetas 4x4 con logos y banderas que nunca había visto, pela el diente con
algo de disgusto, pero sabiendo que todo el alboroto es porque ya no hay
muertos.
Nació
junto a un charco de sangre, su madre murió por dos balazos al tratar de
defender a su dueño, con su último aliento logró parirlo con tan mala suerte que a solo tres minutos de haber nacido, el asesino de su madre y su dueño lo
levantó del charco de sangre y lo envolvió en un trapo llevándoselo sin saber a
dónde.
Echado
bajo el mango recordaba toda su vida desde aquel momento; ha sido víctima, desplazado,
masacraron a su única familia, fue secuestrado y quien sabe qué más, pero lo
que sabía firmemente era que seguía vivo gracias a la suerte tan negra que lo
acompaña desde que nació. Al igual que los suyos han sido muchos los ojos que
han visto lo peor del conflicto armado en Colombia.
Luego
de su secuestro terminó en un campamento, alimentándose de lo que le echaban en
una vasija medio rota junto a la cerca con alambre de púas que estaba tras los
cambuches donde dormían todos los del campamento cuando estaban, cuando no, se
daba el lujo de dormir cómodamente en alguno de los que quedaban desocupados
cuando los hombres más gritones daban órdenes y más órdenes.
Las
pocas mujeres que permanecían en el campamento se encargaban de alimentarlo, al
tiempo se encargaba de cuidar que los hombres que permanecían encerrados en el
cambuche cercado con alambre de púas que estaba detrás de los otros no trataran
de hacer nada raro, su trabajo sin darse cuenta durante meses fue cuidar
secuestrados.
Nunca
fue malo, solo veía por él, por su sobrevivencia y aprovechaba cada oportunidad
por pequeña que fuese para hacerlo.
Un
día se vio en medio de un enfrentamiento, balas por todas partes, explosiones,
cuerpos mutilados, charcos de sangre, gritos y luego mucho silencio. Cuando
creyó que todo terminaba, más gritos y balas. No se quedó allí a ver que
quedaba, solo sabía que los charcos de sangre no eran buenos.
Caminó
sin rumbo durante dos días, escuchando murmullos y viendo sombras en las noches
de descanso, solo caminó y caminó. Cuando por fin dejó de escuchar murmullos y
gritos ahogados una voz agradable parecía llamarlo para recibir un suculento
premio. Era un niño que agitaba en su mano un pedazo de lapa frita que para él
era lo mejor que le podía pasar en la vida hasta ese momento.
Ya
tenía un año según el calendario nuestro, el de los hombres. Todo negrito con
las patas blancas, manchado solo en el pecho, tenía un pelaje brillante y una
simpática colita presta a manifestar su felicidad al salir con su nuevo dueño a
pescar al río.
Durante
muchos meses vivió muy bien hasta que su niño amigo lo amarró en la puerta de
la cocina dejándole una vasija con agua y un plato lleno del último sancocho
que comieron en la casa.
Era
abandonado, los hombres que lo recibieron lo abandonaban a su suerte porque la
violencia los mandó para la ciudad, no se llevaron ni las gallinas que tanto
cuidaban, ni las ollas, ni las panelas que quedaban, solo se fueron.
Por
una semana completa, estuvo amarrado sin esperanzas de probar bocado de nuevo,
su orina y la popó eran su única compañía cuando sintió la presencia de un
hombre de voz amigable, llevaba un traje como los que tenían los hombres del
campamento, pero algo mejor vestido.
Mientras
el hombre lo soltaba, otros lo ayudaban para llevarlo a darle un baño en el
río. Perro volvió a comer muy bien durante unos meses, acompañaba a los hombres
que lo liberaron a todos lados y a cambio de compañía y comida los ponía sobre
aviso cuando veía una culebra o algún otro peligro.
Un
día mientras comía y los hombres preparaban sus maletas las balas y los charcos
de sangre lo rodeaban de nuevo. Solo pudo correr y correr sin mirar atrás como
presintiendo que algo malo le pasaría si lo hacía, solo corrió hasta que
sediento y cansado terminó a la orilla de un camino.
Pasaba
en ese momento un hombre acompañado de su mujer en una moto con el barro hasta
los espejos, no se veía su color, pero andaba como una bestia en agonía. No
pudo moverse del cansancio, solo se dejó llevar por la pareja sobre el tanque y
sin preocupación alguna cerró sus ojos.
Unos
metros antes de llegar a su próximo paradero salió volando por los aires
cayendo en un charco de sangre, solo escuchaba los gritos de la pareja que se
lamentaba por su suerte. Llegar y encontrar a los suegros de la mujer tirados
sin vida, con las gargantas abiertas y mutilados no podía ser más espantoso.
Una vez más se iba sin rumbo fijo.
Durante
meses, se alimentó de lo que encontraba por el camino. En ocasiones salía a las
trochas para probar suerte, comía lo que le daba algún hombre benevolente y
bebía suficiente cuando la lluvia lo permitía.
Un
día domingo, sabía que era domingo porque el ambiente era distinto, el aire
olía a calma, podía corretear mariposas o pequeñas lagartijas, se escuchaba
pasar gente talvez para el pueblo o a alguna visita por ahí cerca. Los hombres
se vestían mejor el domingo, se escuchaban más alegres y al anochecer Perro
veía hombres en el camino como los que había en el campamento o como los que lo
soltaron aquella vez.
Los
retenes eran habituales, pero prefería pasar rapidito o lejitos para no
llevarse sorpresas. El dichoso domingo, llegó a donde el camino se abría en
varias direcciones cuando clavó su mirada los pelos de su lomo se pusieron de
punta y las patas se le aflojaron, bajo un palo de aguacates estaba Sinbolas,
un perro grande con cara de pocos amigos y de mal carácter. Sinbolas tenía
muchas cicatrices por todas partes, en la cabeza la de un machetazo y en la
oreja la de un mordisco.
No
quiso pasar junto a Sinbolas, pero éste no lo quiso dejar seguir su rumbo.
Sinbolas solo quería saber de dónde venía y para dónde iba, Perro solo agachó
la cabeza y retrocedió con calma. Cuando Sinbolas quiso ahuyentarlo un enorme
gallo colorado de cresta grande y patas chuecas lo detuvo. ¡Déjalo Sinbolas!
A
regañadientes Sinbolas obedeció, mientras el gallo le preguntaba a Perro por su
nombre y el porqué de su soledad. No tenía nombre, nunca le dieron uno, solo lo
llamaban Perro. Por invitación del gallo siguió un pequeño sendero junto a
Sinbolas, el gallo viajaba en el lomo del gruñón y les empezó a contar sobre su
mala suerte.
Llegando
a un broche, saltaron por entre el alambre de púas y cruzando el potrero
llegaron a un rancho viejo pero agradable. Simón era el hombre que vivía en el
rancho acompañado de su perro, su gallo, una vaca con su ternero, unas pocas
gallinas y unas cuantas maticas de coca para sobrevivir.
Simón
lo recibió con mucho entusiasmo, con el tiempo Sinbolas se acostumbró a él al
igual que el resto de los animales. Ya no lo llamaban Perro, su nuevo nombre
era Negro, por su color y por su suerte. Aprendió a dar grandes saltos, a
correr por todo el potrero creyéndose potro indomable, a vivir en familia y a
olvidar la maldad de los hombres por un tiempo.
Fue
muy feliz junto a Simón, acompañado de Sinbolas y del gallo hasta que una noche
Simón no volvió del pueblo. Sinbolas, el gallo, Perro y todos los demás
animales lo esperaron durante días, pero Simón no volvió.
El
gallo murió de viejo, la vaca se perdió cuando un vecino pasó a echar un
vistazo, las gallinas se fueron o se las comieron, Sinbolas no quiso marcharse
del rancho, aunque le rogaran, Sinbolas ya estaba viejo y cansado, recibió
muchos malos tratos hasta que Simón lo recogió agonizando a la orilla del río
por un machetazo en la cabeza, era un apodo para el perro que se atrevió a
morder al que mató a su dueño mientras este agonizaba y le ordenaba dejarlo sin
bolas. Sinbolas vivió bien con Simón y no quería que él volviera y encontrara
solo el rancho.
La
felicidad de Perro nunca duraba mucho, conocía toda clase de hombres, hacía
amigos y hasta enemigos, pero nunca disfrutaba mucho de nada. Durante su andar
para arriba y para abajo vio muchos muertos, caminó por entre charcos de
sangre, pasó hambre, recibió malos tratos y buenos también; en una ocasión pasó
junto a una mina enterrada por hombres para matar a otros hombres, estuvo cerca
de la muerte y la tuvo frente a su trompa muchas veces.
A
pesar de una suerte tan negra, descansa bajo el palo de mango del cruce de La
Cooperativa desde que decidió enfrentar la muerte y no huir más de la violencia
de los hombres, encontró ese palo y no volvió a moverse de allí, decidió morir
de viejo o morir de algo, pero morir allí bajo la sombra del mango, vivir de lo
que los viajeros le quisieran dar o los residentes de los ranchos del cruce le den.
Perro
nació y vivió en el conflicto armado colombiano, vio pasar mucha gente, muchos
carros, muchas banderas, muchas motos, muchos caminantes, muchas personalidades
importantes del departamento del Meta para celebrar la paz entre los hombres, pero
ninguno sabrá nunca lo que es ser un perro en medio de la guerra. Ahora solo
espera morir bajo el palo de mango y nunca más ver charcos de sangre.
maropirocu
Un punto de vista diferente de lo que ha representado el conflicto armado colombiano!
ResponderEliminarY Es solo una pequeña parte!
Muy buena narración, me gusto mucho, felicidades, una perspectiva interesante del conflicto.
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